Hay un sentimiento que es casi exclusivo de quienes nos decantamos por las letras. Es una sensación de satisfacción irregular que nos arrastra en muchas ocasiones a los delirios de grandeza, a sentirnos como un dios. Un dios creador y omnipotente, que da vida y quita vida, que da libre albedrío y que esclaviza a nuestros personajes. Es una sensación que, cómo no, se ve alimentada cuando dos ideas creativas se unen por un puente que las enlaza de manera única y permanente.

¡Pero como nos regocijamos cuando encontramos ese enlace! Como la caravana que encuentra el puente secreto para cruzar a un nuevo continente o el portal mágico que llevará a nuestro protagonista de un reino a otro, el error que cometió el asesino en su crimen perfecto o las palabras precisas que transfiguran el odio en amor.
Hoy, realizando una tarea tan cotidiana como lo es conducir de la Universidad a la comodidad de mi casa, pensando en esto y en aquello, me vi beneficiado de la claridad de un nuevo camino. Un camino que no es amarillo pero que me guió, en dos segundos o tal vez menos, hasta la realización de mi puente maravilloso, de mi portal arcano, de mi huella dactilar en la escena del crimen y de la palabra que enternece un corazón decepcionado.
A esto es a lo que deben referirse como Felicidad.
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