Hay un sentimiento que es casi exclusivo de quienes nos decantamos por las letras. Es una sensación de satisfacción irregular que nos arrastra en muchas ocasiones a los delirios de grandeza, a sentirnos como un dios. Un dios creador y omnipotente, que da vida y quita vida, que da libre albedrío y que esclaviza a nuestros personajes. Es una sensación que, cómo no, se ve alimentada cuando dos ideas creativas se unen por un puente que las enlaza de manera única y permanente.
Es un sentimiento que va ligado a la satisfacción de haber superado la frustración del "bloqueo del escritor". Quiero decir, ¿quién de mis compañeros de letras no ha tenido alguna vez un par de ideas relacionadas, pero que no sabemos cómo desarrollar, o tememos que al final sean un fiasco y no hayamos sabido desarrollarlas de la mejor manera y las veamos como una oportunidad mal aprovechada? De ahí viene la importancia de las conexiones, de que una idea se una a otra de la manera perfecta y que al final formen una amalgama que nosotros llamamos "cuento", "relato", "novela".
¡Pero como nos regocijamos cuando encontramos ese enlace! Como la caravana que encuentra el puente secreto para cruzar a un nuevo continente o el portal mágico que llevará a nuestro protagonista de un reino a otro, el error que cometió el asesino en su crimen perfecto o las palabras precisas que transfiguran el odio en amor.
Hoy, realizando una tarea tan cotidiana como lo es conducir de la Universidad a la comodidad de mi casa, pensando en esto y en aquello, me vi beneficiado de la claridad de un nuevo camino. Un camino que no es amarillo pero que me guió, en dos segundos o tal vez menos, hasta la realización de mi puente maravilloso, de mi portal arcano, de mi huella dactilar en la escena del crimen y de la palabra que enternece un corazón decepcionado.
A esto es a lo que deben referirse como Felicidad.
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