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[Rincón del pensador] Flânerie nocturne sur la mémoire

martes, 2 de febrero de 2016

Raza de Abel, traga y dormita;
Dios te sonríe complacido.
Raza de Caín, en el fango
cae y miserablemente muere.”

Baudelaire escribió atinadamente un poema visceral que carcome la piel y roe el alma. Al releerlo vagabundeé en el Jardín de los Recuerdos Olvidados, donde encontré una memoria que llenó de alegría y espanto mi corazón.

Encontrásemos pues, nosotros, desencajados de una sociedad que no terminábamos de comprender pero a la que estábamos seguros que no queríamos pertenecer, preocupándonos por cuán virtuoso era tal o cual músico de Heavy Metal, o tratando de explicar con argumentos pueriles los comportamientos de aquella sociedad a la que jurábamos no pertenecer.

¡Ay, cómo nos reíamos de la gente! ¡Pero eso sí! Nunca nos olvidábamos de recordarnos nuestros propios infortunios. ¡Cómo sufrimos en el amor! Mas nos animábamos señalando lo pendejos que éramos (y vaya que éramos pendejos) y escuchando una buena canción, tentando las caricias que ofrecen las primeras gotas de alcohol.

Cuán lejos quedaron los paseos, los chistes, los recuerdos. Ahora son apenas un tema de conversación. Y qué rara es la vida, que cambia tanto, a veces sin avisar, a pesar de que, esencialmente, seguimos siendo unos pendejos. Tanto que cambia y no es mejor cuando tenemos la certeza de la eventualidad en que sucederán los hechos infalibles. Guardamos silencio y esperamos a que pase lo mejor.

Raza de Abel, mira tu oprobio:
¡El chuzo al hierro venció!
Raza de Caín, sube al cielo,
¡Y arroja a Dios sobre la tierra!

Baudelaire escribió atinadamente un poema visceral que carcome la piel y roe el alma. Al releerlo me encontré un poco nostálgico y tal vez consternado, con una tímida sonrisa que refleja el orgullo por mi familia y llena de espanto mi corazón.


Nos encontramos pues, nosotros, desencajados de una sociedad a la que comprendemos tan bien que estamos seguros de que no queremos pertenecer, y, ahora, al fondo suena Heavy Metal (o tal vez rock de los 90s y baladas románticas de los 80s), cuando nos explicamos con argumentos sostenidos desde distintas filosofías lo pendejos que somos (y vaya que somos pendejos), sin nunca cuestionar aquel clásico flânerie baudeleriano de Sherpa «Yo he elegido ser lo que siempre seré: Hijo de Caín». 

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