“Raza
de Abel, traga y dormita;
Dios
te sonríe complacido.
Raza
de Caín, en el fango
cae
y miserablemente muere.”
Baudelaire
escribió atinadamente un poema visceral que carcome la piel y roe el alma. Al releerlo
vagabundeé en el Jardín de los Recuerdos Olvidados, donde encontré una memoria
que llenó de alegría y espanto mi corazón.
Encontrásemos
pues, nosotros, desencajados de una sociedad que no terminábamos de comprender
pero a la que estábamos seguros que no queríamos pertenecer, preocupándonos por
cuán virtuoso era tal o cual músico de Heavy Metal, o tratando de explicar con
argumentos pueriles los comportamientos de aquella sociedad a la que jurábamos
no pertenecer.
¡Ay,
cómo nos reíamos de la gente! ¡Pero eso sí! Nunca nos olvidábamos de
recordarnos nuestros propios infortunios. ¡Cómo sufrimos en el amor! Mas nos
animábamos señalando lo pendejos que éramos (y vaya que éramos pendejos) y escuchando una buena canción,
tentando las caricias que ofrecen las primeras gotas de alcohol.
Cuán
lejos quedaron los paseos, los chistes, los recuerdos. Ahora son apenas un tema
de conversación. Y qué rara es la vida, que cambia tanto, a veces sin avisar, a
pesar de que, esencialmente, seguimos siendo unos pendejos. Tanto que cambia y
no es mejor cuando tenemos la certeza de la eventualidad en que sucederán los
hechos infalibles. Guardamos silencio y esperamos a que pase lo mejor.
“Raza
de Abel, mira tu oprobio:
¡El
chuzo al hierro venció!
Raza
de Caín, sube al cielo,
¡Y
arroja a Dios sobre la tierra!”
Baudelaire
escribió atinadamente un poema visceral que carcome la piel y roe el alma. Al releerlo
me encontré un poco nostálgico y tal vez consternado, con una tímida sonrisa
que refleja el orgullo por mi familia y llena de espanto mi corazón.
Nos
encontramos pues, nosotros, desencajados de una sociedad a la que comprendemos tan
bien que estamos seguros de que no queremos pertenecer, y, ahora, al fondo
suena Heavy Metal (o tal vez rock de los 90s y baladas románticas de los 80s),
cuando nos explicamos con argumentos sostenidos desde distintas filosofías lo pendejos que somos (y vaya que somos pendejos), sin nunca cuestionar aquel clásico flânerie baudeleriano
de Sherpa «Yo he elegido ser lo que siempre seré: Hijo de Caín».
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